Vida de Charlotte Brönte

“(…) si vivo lo suficiente y no hay nadie a quien tal testimonio pueda ofender, publicare lo que de ella sé, y haré que el mundo (si mi fuerza expresiva me lo permite) honre a la mujer tanto como ha admirado a la escritora”.

Elizabeth Gaskell

Debo agradecer a mi co-musa por haberme regalado este libro, ya que he descubierto todo un mundo. Gaskell, novelista y amiga de Charlotte Brönte, es autorizada por su padre a redactar este precioso memorandum. Hay que decir que el género biográfico no había sido fundado como tal y ella fue la “inauguradora”.

Como decíamos, Elizabeth Gaskell no era biógrafa y nunca había trabajado el género, así que le añade un controvertido toque novelístico, del que hablaremos más adelante. La joven Brönte personificaba todas las heroínas femeninas creadas por Gaskell en sus libros. Sentía una profunda fascinación por ella, se informó con precisión, preguntando a familiares, amigos, vecinos, exprofesores y compañeras de clase… etc.

Tuvo que ocultar ciertos nombres e información que podían afectar a personas que seguían con vida en esa época. De hecho, tuvo que reeditar hasta tres veces la obra, debido a una demanda por difamación de la amante de Branwell Brönte, Lydia Robinson; y otra de William Carus Wilson, fundador de Cowan Bridge, colegio donde estudiaron las hermanas.

Ésta es la primera edición que se hizo de la biografía, la que Gaskell quiso que viera la luz, pero al final de la misma, se han incluido, de forma muy hacertada, dos capítulos que fueron modificados debido a las demandas anteriormente mencionadas. Así, podemos comparar los originales con los editados, que ya adelanto, tienen un tono mucho más amable y cuidadoso.

La sociedad de Haworth era bruta, tosca, desconfiada, aunque bondadosa cuando te ganabas su confianza. Las Brönte se criaron en un ambiente paisajístico y arquitectónico oscuro, excéntrico… igual que el que pinta Emily en Cumbres Borrascosas.

Por la muerte de su madre, María Branwell, las hermanas Brönte crecieron antes de tiempo y pasaron su infancia rodeadas de adultos con periódicos, cuya información compartían entre ellas. Eso las unió mucho, pero era una vida solitaria para unas crías. A su padre no le gustaban los niños pequeños y trataba de evitarlos hasta en la cena. Jugaban solas en el jardín, sin salir de la propiedad nunca; su casa estaba literalmente rodeada de un cementerio, y al lado de la Iglesia. ¿Puede haber un ambiente más tétrico que ese para unas niñas?

Al parecer todos ellos gozaban de una inteligencia superior, Charlotte escuchaba y entendía todo lo que decían sus niñeras. Aunque la más guapa siempre fue Emily, las niñeras no escatimaron en recuerdos positivos y halagos hacia la buena de Charlotte, cuando Gaskell las entrevistó ya siendo ancianas.

Llama la atención el carácter tan parecido que tenía Charlotte con su madre. Literalmente, ésta ultima le escribió a su entonces prometido Patrick Brönte:

“Hace años que soy mi propia dueña, y no estoy sometida a ningún control de nadie; tanto es así, que mis hermanas, que me llevan muchos años, e incluso mi amada madre, solían consultarme todas las cosas importantes y rara vez dudaban de la sensatez de mis actos y opiniones (…)”.

María Branwell

Si recordamos, Charlotte en Jane Eyre utiliza estas mismas palabras:

“Ya le he dicho que soy independiente, señor, además de rica; soy mi propia dueña”.

Charlotte Brönte

¿Llegaría a leer esa carta, lo escuchó, tal vez, de boca de las criadas; o su propia madre se lo inculcó?

Es impactante la minuciosa descripcion que hace del internado (Cowan Bridge) donde María, Elizabeth, Charlotte y Emily acabaron estudiando. Se trata de una copia exacta de lo que sufría Jane Eyre en Lowood, confirmado por su autora a Gaskell. Con rabia basó la terrible experiencia de su heroína en la suya propia, pero también en la de sus hermanas, María y Elizabeth. También retrató a Melany Hane, mayor que ella, siempre dispuesta a defenderla, y a quien “siempre recordó con cariño”. 

Charlotte y sus hermanas eran monísimas de pequeñas, creaban sus historias imaginarias, sus ‘castillos en el aire’, de una forma bastante inteligente para tener entre 8 y 14 años. Ella misma reconoce que las

“mejores obras significa[n] obras secretas; son muy buenas. Todas nuestras obras son muy extrañas”. Pero, ¿qué se podía esperar de unas niñas que vivían continuamente en un ambiente Halloweeniense?

El recuerdo que deja Charlotte en sus compañeras de clase es tan bonito que cuesta describirlo con palabras, así que utilizaré las de una de ellas:

“Hacía poesía y dibujo, que a mí por lo menos me interesaban muchísimo; y luego me acostumbré a remitirme mentalmente a su opinión en todos los asuntos de ese género, y en muchos otros; todavía lo hago, decido describirle tal y tal cosa, hasta que me sobresalta el recuerdo de que ya nunca lo haré”.

Llevaba 11 años sin verla, pero jamás la olvidó. Ni ella ni el resto de las 9 chicas que la acompañaron las 24 horas del día durante su estancia en Roe Head.

“(…) por la noche, era una narradora incomparable y las aterrorizaba con sus historias cuando estaban en la cama. Una vez se dejó llevar y gritó en voz alta y la señorita Wooler subió las escaleras y encontró a una de las alumnas presa de palpitaciones violentas por la excitación que le había causado una historia de Charlotte”.

“Entre ellas, amada y respetada por todas, ridiculizada por algunas, pero siempre a la cara, vivió durante dos años la jovencita estudiosa, fea, corta de vista y de extraño atuendo llamada Charlotte Brönte”.

Ellen Nussey fue la joven que se ganó la sincera amistad de Charlotte y el afecto de toda su familia, incluída la dura criada, Tabby.

“Papá dice que le parece muy bien mi amistad contigo y que desea que la conserve toda la vida”.

Charlotte Brönte

Nussey le entregó a Gaskell cerca de 500 cartas intercambiadas con Charlotte, contribuyendo considerablemente a su biografía, porque, casi cumpliendo los deseos del señor Brönte; fueron amigas hasta el último día.

“Me pides en tu última carta que te explique tus defectos. Pero bueno, ¿cómo puedes ser tan tonta? No puedo explicarte tus defectos porque no los conozco. ¿Qué criatura sería quien después de recibir una carta afectuosa y amable de una querida amiga se sentara a escribir un catálogo de defectos a modo de respuesta? Supón que lo hiciera y considera qué epítetos me dedicarías. Yo diría que engreída, dogmática, hipócrita y pequeña farsante serían los más suaves. ¡Vamos, hija! Nunca he tenido tiempo ni me he sentido inclinada a considerar tus faltas cuando estás tan lejos de mí y cuando tus cartas, regalos y demás me demuestran tu bondad continuamente y con la mayor claridad. Por otro lado, siempre tienes cerca familiares juiciosos que pueden desempeñar tan desagradable función mucho mejor que yo. Estoy segura de que su consejo está a tu entera disposición. ¿Por qué iba a inmiscuirme yo con el mio? (…)”.

Charlotte Brönte

Las punzadas de Gaskell respecto a la muerte de su amiga son duras de leer. Respecto a un cuadro (hoy desaparecido en su mayoría), pintado por el hermano de las Brönte, Branwell, decía lo siguiente:

“La pintura estaba dividida casi en el centro por un pilar grande. A un lado de la columna, que estaba iluminada por el sol, se veía a Charlotte de pie, ataviada con el traje femenino de la época, mangas de jamón y cuellos grandes. En el lado sombreado estaba Emily, con el afable rostro de Anne apoyado en su hombro. El semblante de Emily me pareció lleno de fuerza; el de Charlotte, de solicitud; el de Anne, de ternura. Las dos más pequeñas parecían todavía niñas, aunque Emily era más alta que Charlotte; llevaban el cabello muy corto y un vestido más juvenil. Recuerdo que mientras observaba aquellos rostros tristes, serios y sombríos me pregunté si podía detectar la misteriosa expresión que dicen que presagia la muerte prematura. Tenía cierta esperanza supersticiosa de que la columna separara sus sinos del de ella, que se mantenía a un lado en el cuadro como había sobrevivido en la realidad. Me agradó ver que estaba del lado iluminado de la columna, que la luz del cuadro caía sobre ella: podría haber buscado mejor en su premonición, mejor dicho, en su rostro vivo, la señal de la muerte en la flor de la vida«.

Elizabeth Gaskell

Fueron muy buenas amigas, familia, pero bueno, tenemos que vivir un poco del delulú, ¿no? Hay que shippearlas.

“¿Qué voy a hacer sin ti? ¿Cuánto tiempo vamos a estar separadas? ¿Por qué tenemos que negarnos la mutua compañía? Es una fatalidad inescrutable. Anhelo estar contigo, porque me parece que unos días o semanas pasados en tu compañía intensificarían inmensamente el placer de los sentimientos que he empezado a abrigar hace tan poco. Tú me indicaste primero la forma en que me esfuerzo sin energía en viajar y ahora no puedo retenerte a mi lado, he de seguir tristemente sola. ¿Por qué tenemos que separarnos? Sin duda porque corremos peligro de amarnos demasiado o de perder de vista al Creador idolatrando a la criatura”.

Charlotte Brönte

“Si pudiera vivir siempre contigo y leer la Biblia contigo a diario, si tus labios y los míos pudieran beber al mismo tiempo la misma pócima del mismo manantial puro de misericordia, supongo, creo, que algún día podría estar mejor (…). A veces imagino la placentera vida que podríamos llevar juntas, fortaleciéndonos la una a la otra (…)”.

Charlotte Brönte

Charlotte y Emily estudiaron durante un tiempo en Bélgica. No sabían francés, Emily se peleaba con el profesor… Pero eran más felices que trabajando de institutrices, cosa que las tres hermanas odiaban, como vemos evidenciado en Jane Eyre y Agnes Grey. Al menos se tenían las unas a las otras.

Me sorprende como a pesar de vivir en otro siglo, Charlotte haga declaraciones tan modernas en cuanto a igualdad de género.

“Me pregunta si no creo que los hombres son criaturas extrañas. Sí lo creo. Lo he pensado muchas veces; y también creo que la forma de educarlos es extraña: no están bien protegidos contra la tentación. Se protege las chicas como si fueran muy frágiles, estúpidas incluso, mientras que a los chicos se les deja en el mundo como si fueran los seres más sabios de la creación y no pudieran descarriarse”.

Charlotte Brönte

Desde criticar a sus vecinos hasta decirles a sus amigas que no cambien su personalidad por los hombres.

“Había un comentario en tu última carta que me irritó momentáneamente (…). Parece que <tres o cuatro personas tienen la idea de que el futuro de la señorita Brönte está en el Continente>. Esas personas saben más que yo. No les cabe en la cabeza que haya cruzado el mar solo para volver en calidad de profesora al colegio de madame Heger. He de tener algún motivo más poderoso que el respeto a mi director y directora, la gratitud por su amabilidad etc., para rechazar un salario de 50 libras en Inglaterra aceptar uno de 16 libras en Bélgica. He de tener, en verdad alguna remota esperanza de atrapar un marido como sea y esas personas tan caritativas vieran la vida de reclusión absoluta que llevo,  si supieran que no cruzo nunca una palabra con ningún hombre más que con monsieur Heger, y en realidad incluso con él muy pocas veces, entonces quizá dejaran de suponer que tan quimérica e infundada idea había influido en mi decisión. ¿He dicho suficiente para librarme de tan estúpida acusación? No es que casarse sea un crimen, ni que lo sea el desear casarse. Pero es una majadería que solo me merece desprecio que las mujeres sin fortuna ni belleza hagan del matrimonio el principal objeto de sus deseos, esperanzas, y el fin de todos sus actos (…)”.

Charlotte Brönte

Sé que si las mujeres desean escapar al estigma de buscar marido tienen que obrar y mostrarse como mármol o arcilla: frías, inexpresivas, inertes; porque cualquier indicio de sentimiento, de alegría, tristeza, simpatía, antipatía, admiración o aversión se interpretan como un intento de pescar marido (…). Así que no tengas miedo de mostrarte tal como eres, afectuosa y amable; no reprimas con excesiva dureza opiniones y sentimientos excelentes en sí mismos, por temor a que algún estúpido crea que los manifiestas para fascinarlo; no te condenes a vivir a medias porque si demostraras demasiada animación alguna criatura pragmática con pantalones podría meterse en la mollera la idea de que te propones dedicar tu vida a su inanidad (…)”.

Charlotte Brönte

También es gracioso que sus amigas intenten buscarle marido. Se pone sobre la mesa el importante tema del matrimonio.

“Por supuesto, cuando vaya me dejarás disfrutar de tu compañía en paz, sin arrastrarme a una visita tras otra. No tengo el menor deseo de ver a tu coadjutor. Supongo que tiene que ser como todos los demás coadjutores que conozco. Y me parecen una raza de egoístas vanidosos y vacíos. En este dichoso momento hay como mínimo tres en la parroquia de Haworth y no hay uno que supere a los otro».

Charlotte Brönte

Si mis lectorxs lo recuerdan, previamente hablamos de William Weightman prejuzgado por Charlotte, seguramente debido a la experiencia que había tenido con todos los coadjuntores que se habían cruzado en su camino; pero quien al final acabó cayéndole bien.

Aunque Charlotte tenía muy claro que estaba “casi segura de que no me casaré nunca. La razón me lo indica, y no soy tan esclava de los sentimientos como para no oír de vez en cuando su voz”.

“Tu pobre madre es igual que Tabby, Martha y papá; todos imaginan que de algún modo, mediante algún procedimiento misterioso, me casaré en Londres o me comprometeré en matrimonio. ¡Qué idea tan descabellada e inverosímil! ¡Cómo me río para mí! (…)”.

Charlotte Brönte

A pesar de esto y de su antipatía por los coadjuntores de su padre, terminó casándose con uno de ellos, el irlandés Arthur Bell Nicholls.

Él “la había visto a diario durante años. La había visto como hija, como hermana, como ama de casa y como amiga (…). Había observado y amado a Charlotte en silencio durante mucho tiempo”.

Un día, de forma totalmente “inesperada” (y lo digo entre comillas porque ella afirma que “como un rayo, supe lo que iba a pasar”), irrumpió en la sala. Sí señorxs, al más puro estilo Austen, ¡se declaró! Pero Charlotte era muy tímida, y bueno…

“Sólo pude rogarle que se marchara, prometiéndole darle una respuesta al día siguiente. Le pregunté si había hablado con papá. Me dijo que no se atrevía. No sé si le acompañé a la puerta o le eché”.

Queridxs que me veo tan representada en esta última frase que me da la risa. ¿Qué pasó después? Pues como haría cualquier hija, corrió a contárselo a su escandalizado padre. Ante la negativa del señor Brönte, y temiendo por su frágil estado de salud, Charlotte rechazó al señor Nicholls. Nuestro querido príncipe, digo clérigo, azul; acabó dimitiendo como coadjuntor de Haworth. Sin embargo, Charlotte sufrió en secreto por cómo la noticia había golpeado a su pretendiente.

No era el único al que no le gustaba Nicholls, a su más que amiga, Ellen Nussey, tampoco le caía en gracia. Llegó a decir que ese hombre llevó a Charlotte a la perdición. Las personas de su alrededor, como Tabby, Martha o la propia Gaskell,  comentaban que parecían muy felices. Incluso Charlotte lo reconoció.

“Tengo un esposo bueno, amable y cariñoso; y mi amor por él es cada día más fuerte”.

Al parecer Nicholls pretendía quedarse el puesto del señor Brönte cuando éste falleciera, de modo que no sabría deciros con exactitud qué habas se cocían en esa relación. Tendremos que quedarnos con la versión de Gaskell, que para eso estamos hablando de su libro.

Volviendo a su faceta de Currer Bell, resulta gracioso poder leer las cartas que intercambiaba con sus primeros editores, haciéndose pasar por la “secretaria de los hermanos Bell”, pseudónimo que utilizaron en primera instancia, para publicar.

“Acordamos hacer una breve selección de nuestros poemas e intentar publicarlos. Reacias a la publicidad personal, ocultamos nuestros verdaderos nombres bajo los de Currer, Ellis y Acton Bell; esta ambigua elección vino dictada por ciertos escrúpulos que nos impedían adoptar nombres de pila claramente masculinos, al mismo tiempo que no queríamos manifestar que éramos mujeres, porque -sin sospechar entonces que nuestra formade escribir y de pensar no fuera lo que se llama <femenina>- teníamos la vaga impresión de que las autoras se exponen a que las miren con prejuicios; habíamos observado que los críticos a veces emplean para su reprimenda el arma de la personalidad; y para su recompensa, la adulación que no es auténtico elogio”.

También que cada vez que iban a comprar papel, dejaban al vendedor sin stock, hasta el punto de que no tenía dinero para reponer. Parece que no quería decepcionarlas y se iba de madrugada a comprar papel para que a la mañana siguiente ellas tuvieran su más preciado artículo. Recordemos que el papel era muy caro en esa época, razón por la cual se aprovechaba al máximo.

“(…) Pero no tuve mucho trato con ellos hasta más o menos 1843, en que empecé a traer algunos artículos de escritorio. Hasta entonces había que ir a comprar esas cosas a Keighley. Ellas compraban mucho papel de escribir y recuerdo que me preguntaba qué harían con tanto. A veces pensé que debían de escribir para las revistas. Cuando se me acababa siempre tenía miedo de que aparecieran; parecían consternadas si no tenía papel. Muchas veces iba a pie a Halifax (que queda a dieciséis kilómetros) a buscar media resma de papel, por miedo a que llegaran ellas y no tuviera nada. No podía comprar más que eso cada vez por falta de capital. Siempre andaba escaso. No me gustaba que llegaran cuando no tenía nada para ellas; eran completamente distintas de la demás gente; tan delicadas y tan amables, y muy tranquilas. Nunca hablaban mucho. ¡Charlotte a veces se sentaba y preguntaba cómo nos iba con tanta delicadeza y amabilidad! […] Aunque soy un trabajador pobre (algo que nunca me ha parecido degradante), podía hablar con ella con absoluta libertad. Siempre me sentí a gusto con ella. No tengo estudios, pero nunca los eché de menos en su compañía”.

Ocultando su nombre y creando un hype como para tener a todo Londres rebuscando en cada frase o palabra de Jane Eyre, indicios de la verdadera identidad de Currer Bell… ¿No os suena? ¡Charlotte es la Lady Whistledown de la realidad! Disfrutaba de estas conjeturas.

“Me ha hecho mucha gracia lo que me cuenta de las diversas conjeturas acerca de la identidad de los hermanos Bell. Si se desvelara el misterio, seguramente se descubriría que no merecía la pena. Pero lo dejaré así; nos conviene guardar silencio y en realidad no perjudica a nadie”.

Es tierno cómo le oculta a su padre que ella es la autora del éxito del momento, y con qué ternura se lo comunica al final. De la misma forma, el señor Brönte lo recibe con mucha dulzura, como cuando una niña va a enseñarle a su padre un dibujo nuevo. También es gracioso cómo se escandaliza él y cómo ella, conociendo a su padre, va armada con varias críticas del libro para tranquilizarle.

Se preocupó mucho muchísimo por guardar el anonimato, pero, acabaría como nuestra querida Penélope.

“Muy señor mío: Le agradezco mucho que haya guardado mi secreto, pues deseo guardar silencio tanto como siempre (más no podría). Me preguntaba en una de sus últimas cartas si creo que podré evitar que me identifiquen en Yorkshire. Me conocen tan poco que supongo que sí. Además, el libro [Shirley] se basa mucho menos en la realidad de lo que pueda parecer. Sería difícil explicarle la poca experiencia real de la vida que he tenido, las pocas personas que he conocido y las pocas que me conocen a mí”.

“Me gustaría que no me considerara una mujer. Desearía que todos los críticos crean que <Currer Bell>, es un hombre; serán más justos con él. Sé que seguirá usted midiéndome por algún patrón de lo que considera apropiado para mi sexo; cuando no sea lo que juzga usted elegante me condenará (…). Sea como fuere, cuando escribo no puedo pensar siempre en mí y en lo que es refinado y encantador en las mujeres. Nunca tomo la pluma de esa forma ni con esas ideas: y si solo van tolerar lo que escribo con esas condiciones, prescindiré del público y no lo molestaré más. Salí de la oscuridad y puedo volver a ella sin problema (…)”.

El crítico literario George Henry Lewes escribió sobre Shirley, juzgando al autor como mujer, no como escritora. He tenido el privilegio (o la desgracia) de encontrar esta crítica y puedo resumirlo en que habla de maternidad (¿Qué tiene que ver? No lo sé), de escritoras “inferiores”, y de destapar a Charlotte.

“Muy señor mío: Le diré por qué me ofendió tanto ese articulo del Edimburgh (…) porque después de haberle dicho con toda franqueza que deseaba que los críticos me juzgaran como autor y no como mujer, tratara usted tan toscamente (creo incluso que tan cruelmente) el asunto del sexo, supongo que no se proponía usted hacerme daño, y quizá ahora no entienda que lamente tanto lo que usted probablemente considere una nimiedad; pero me ofendió, y me indignó también. Algunos pasajes son absolutamente injustos (…) sabe mucho y se da cuenta de mucho, pero tiene tanta prisa por decirlo todo que no se permite pararse a pensar cómo puede afectar a otros su elocuencia temeraria; y lo que es peor, si lo supiera, no le importaría demasiado (…)”.

Un hombre de Haworth, leyó dicha obra. Se trataba de una localidad pequeña, de forma que este señor no imaginaba que nadie allí pudiera tener la capacidad de escribir así, si no era Charlotte Brönte. Y así lo compartió en el periódico de Liverpool. A finales de 1849, ella lo terminó por confirmar.

Visitó a su futura amiga, Harriet Martineau, fundadora de la sociología, activista y escritora; y a quien Charlotte admiraba profundamente. Cuenta Gaskell que los nervios en esa casa, estaban a flor de piel. ¿Quién se presentaría? ¿Un hombre? ¿Una mujer? ¿Los rumores eran ciertos? ¿Quién era en realidad Currer Bell? Tanto la familia como los criados estuvieron pendientes de la puerta todo el día. Martineau suponía que era una mujer, ya que en sus cartas a Charlotte se dirigía a ella como “Estimada señora”, a pesar de que ella las firmaba como el señor Currer Bell. Al verla, sus sospechas se confirmaron.

Por cierto, bien saben ustedes que en este blog se saca la navaja por defender a Jane Austen si hace falta, y escuece descubrir que a Charlotte no le gustaba. Pero contra la señorita Brönte tampoco nadie se mete, así que, tras sus declaraciones de considerar a “la señorita Austen”, “sagaz y observadora”; vamos a dejárselo correr.

“¿Por qué le gusta tantísimo la señorita Austen? Eso me desconcierta. ¿Qué es lo que le induce a afirmar que preferiría haber escrito Orgullo y prejuicio o Tom Jones antes que cualquiera de las novelas de Waverley? No había leído Orgullo y prejuicio hasta que lei esa frase suya; entonces lo hice. ¿Y qué encontre? El daguerrotipo preciso de un rostro coriente; un jardín bien cercado y bien cuidado, con lindes definidas y flores delicadas; pero ninguna mirada de una fisonomía brillante y vívida, ni campo abierto ni aire fresco, ni colina azul ni hermoso arroyo. No me gustaría vivir con sus damas y sus caballeros en sus casas elegantes pero cerradas”.

También hay que señalar que tenían vidas y personalidades muy distintas. Para que lo entendáis, Charlotte era norteña y Austen de Desembarco del Rey. Por ello me hace gracia que le genere tanto rechazo vivir encerrada en casa sin montañas ni laderas verdes. Recordemos que estamos a mediados del siglo XIX, y Austen murió a principios de siglo, por tanto la señorita Brönte leyó Orgullo y Prejuicio 30 años después de su fallecimiento.

Pone mal cuerpo, leer cómo habla Charlotte de la muerte de Emily y lo mal que lo pasaron todos. Sobre todo, porque era tan “obstinada” que no se dejaba ayudar por nadie, hasta que fue demasiado tarde. Sin duda alguna, una mujer como no hay otra, que incluso moribunda se puso a hacer sus tareas. Imagino la impotencia que debió pasar Charlotte y su familia tratando de socorrerla mientras ella no se dejaba; y el “alivio” que sintieron después de que abandonase aquellas tierras. Lo que más lágrimas te arranca es el hecho de que el perro de Emily (Keeper) la acompañó hasta el cementerio, y después se tumbó en la puerta de su habitación llorando durante días. No merecemos a los animales.

Todo ello sumado a la muerte de Branwell, sucedida tan solo un mes antes; y a la preocupación por la salud de Anne y de su padre.

“No sabemos cuánto podemos perdonar, compadecer y llorar a un ser querido hasta que Ilega la última hora. Ahora todos sus vicios no son ni fueron nada”.

Las desgracias no dejarían de atormentar a Charlotte, pues después de la muerte de Emily, de la que todavía no se había recuperado, llegó la de su dulce y única hermana pequeña.

“El dolor por la pérdida de Emily no disminuye con el tiempo; a veces se hace sentir con toda su fuerza. Me produce una tristeza indescriptible (…)”.

Realmente creo que Anne Brönte es más pura que una perla, y merece mucho más reconocimiento del que tiene. Siempre opacada por sus hermanas, siendo la “menos buena” de las tres… No hagamos eso. Está feo.

“No me aterra la muerte si la creyera inevitable, creo que me resignaría tranquilamente a la idea, con la esperanza de que usted, querida señorita -, acompañara cuanto pudiera a Charlotte y fuera una hermana para ella en mi lugar (…)”.

Casi como un presagio, cuatro días antes de la muerte de Anne, Nussey presenció en la estación de tren cómo dos de estos convoys llegaban para descargar ataúdes…

“(…) Poco después, y al ver que su hermana no podía contener casi la aflicción, le dijo: <Ten valor, Charlotte; ten valor> (…), hacia las dos, sin un suspiro, pasó serenamente de lo temporal a lo eterno».

Charlotte se vió sola en una casa que jamás había guardado tanto silencio. Eso la atormentaba.

“(…) Cerré la puerta, procuré alegrarme de haber vuelto a casa. Siempre me había alegrado volver, excepto una vez, e incluso entonces me reconfortó. Pero ahora la sensación no ha sido de alegría. Pensé en la casa absolutamente silenciosa, en las habitaciones vacías. Recordé dónde yacían los tres en sus moradas oscuras y estrechas, en que no volverían nunca a la tierra. Y un sentimiento de desolación y amargura se apoderó de mí (…). El mayor tormento es cuando acaba la tarde y llega la noche. A esa hora soliamos reuniros en el comedor, solíamos hablar. Ahora me siento aquí sola: y guardo un silencio forzoso. No puedo dejar de pensar en sus últimos días, recuerdo sus sufrimientos, y lo que hicieron y dijeron y la expresión de aflicción mortal (…).

Recordemos que, en palabras de Gaskell, “el afecto entre las tres era más fuerte que la vida y la muerte”.

“No te imaginas cómo transcurre el tiempo en Haworth. Nunca pasa nada especial que marque su paso. Cada día es igual al siguiente; y todos tienen fisonomías tristes e inertes (…). Hubo un tiempo en que Haworth me parecía un lugar muy grato; ahora ya no es así. Tengo la impresión de que estamos todos aquí enterrados. Deseo viajar, trabajar, llevar una vida activa”.

Finalmente, en 1854 Charlotte Brönte contrajo matrimonio con Arthur Bell Nicholls en Haworth, bajo la atenta mirada de todos sus habitantes. Gaskell explica que en una de sus visitas a Charlotte, pudo ver como todos ellos la apreciaban lo suficiente como para invitarla a sus casas diariamente. Además de sus familiares y amigos, su pueblo deseaba que la boda fuera un nuevo comienzo para ella. Y así fue. Charlotte Brönte conoció la felicidad durante 9 meses, hasta el día de su muerte el sábado 23 de marzo de 1855. El mismo pueblo que la había visto nacer, que tanto la quería; se reunió para ver cómo la enterraban bajo tierra.

Sus últimos escritos fueron dos cartas. Una de ellas dirigida a su querida amiga Ellen Nussey (Nelly), y la otra a una de sus amigas de Bruselas. En ambas se preocupaba por el estado de salud de los familiares de sus amigas, restándole importancia a su propia enfermedad. Ello solo contribuye a engrandecer aún más, si cabe, su persona.

“Estoy segura de que cuanto mejor se conozca (a Charlotte Brontë) la amiga, la hija, la hermana, la esposa y se la se la conozca cuando sea necesario con sus propias palabras, más la apreciarán”.

Con un tono extremadamente respetuoso y profesional, Elizabeth Gaskell ha conseguido retratar la autenticidad de Charlotte Brönte escritora, pero también de la mujer, hermana, hija, vecina y esposa. La he conocido tanto a través de estas páginas, que casi siento que su marcha ha dejado un profundo vacío en mí también.

“Dejando el aspecto de escritora a un lado, su carácter como mujer era insólito hasta el punto de ser único. Nunca me han hablado ni he leído sobre nadie que pudiera compararse con ella por un instante o en algún aspecto. Y todo cuanto decía y escribía llevaba el sello de ese carácter admirable”.

Vida de Charlotte Brönte es un libro tosco de leer, sobre todo al principio, pero es tan interesante que no puedes parar. Tiene un trabajo documental,  que no he visto jamás. Está bien explicado y organizado, no puedo encontrarle ningún “pero”. Por decir algo, quizás haya algunas transcripciones de cartas, que, aunque interesantes, considero innecesarias.

Muchos están en contra del tono novelesco de esta biografía, pero a mi me gusta. Creo que la hace diferente a las demás, le da una emoción que las típicas biografías (rigurosamente objetivas), no tienen. No solo cuenta los hechos, sino que habla también de sentimientos. Le da un carácter más humano, y por ende, te hace empatizar con todas las personas que aparecen en ella.

“Ella y yo discutimos y diferimos casi sobre todo (…) pero sentimos una sincera simpatía recíproca y yo creo y espero que llegaremos a ser buenas amigas […]”.

Fans o no de las hermanas Brönte, o de Gaskell; ésta es lectura obligatoria.

“¿Qué más da que dentro de diez años se sonría al recordar todo esto y vea con otra luz tanto a Currer Bell como sus obras?”.

Puntuación: 5 de 5.

Bibliografía

https://web.archive.org/web/20190118164636/http://texts24.scienceontheweb.net/lewes-49.pdf

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