Jane Eyre. Charlotte Brönte

«Decir que los seres humanos se contentan con la tranquilidad es absurdo; en sus vidas necesitan acción, y si no la encuentran se la inventan. Existen millones de personas condenadas a un destino más sosegado que el mío, y hay millones que se rebelan en silencio contra su suerte, Nadie sabe cuántas revueltas, además de las políticas, fermentan en las masas de seres vivos que pueblan la tierra. Se supone que en general las mujeres son muy calmadas; pero las mujeres sienten igual que los hombres; tienen la necesidad de ejercitar sus facultades y encontrar campo para su trabajo al igual que sus hermanos; cuando se las reprime con demasiada rigidez, cuando se encuentran estancadas de manera absoluta, sufren tanto como sufrirían los hombres; y sus compañeros, que gozan de más privilegios, dan muestras de estrechez de miras cuando dicen que deberían limitarse a hacer pasteles y calceta, a tocar el piano y bordar bolsos. Es una falta de consideración condenarlas o reírse de ellas cuando aspiran a hacer más o a aprender más de lo que la costumbre dicta como necesario para su sexo».

Jane Eyre es una obra maestra de la literatura. Trata temas sobre la dignidad de los pobres y las mujeres, críticas a las personas con dinero, a la educación… Una verdadera masterpiece para la época.

Me gusta la actitud de badass que tiene Jane Eyre ya desde pequeña, no se deja intimidar ni doblegar por nadie. Sabe como debería comportarse para ser «tolerada» en esa casa, pero no lo hace porque no le da la gana. No quiere fingir, es fiel a sí misma y eso siempre es un rasgo admirable. Volvemos, por tanto, a ver a las mujeres fuertes, respondonas e insatisfechas, que caracterizan también las novelas de Emily y Anne Brönte.

«¿Por qué tenía que sufrir siempre? ¿Por qué debía padecer amenazas acusaciones, condenas? ¿Por qué nunca complacía a nadie? ¿Por qué era inútil que intentara ganarme su favor? (…)».

«-No soy embustera; si lo fuera, diría que la quiero; pero afirmo que no la quiero; la quiero menos que a nadie en el mundo, salvo a John Reed; y este libro de la niña mentirosa se lo puede dar usted a su hija Georgiana, pues es ella la que cuenta mentiras, no yo».

Algo que también caracteriza a las hermanas Brönte, es la educación, o mejor dicho, la falta de ella; de los niños y niñas cuyo estatus social es superior al resto. Hablando claro, los niñatos ricos son unos maleducados consentidos.

«(…) A Eliza, que era terca y egoísta, la respetaban. A Georgiana, que tenía el mal genio de una niña mimada era rencorosa, criticona e insolente, se lo consentían todo. Parecía que su belleza, sus mejillas rosadas y su rizos dorados encantaban a todos los que la miraban y le merecían la impunidad ante cualquier falta. A John no le paraba nadie los pies, ni mucho menos lo castigaban, a pesar de que retorcía el cuello a las palomas, mataba a los pollitos, azuzaba a los perros contra las ovejas (…)».

Se nota que Brönte trabajaba como profesora, desconozco de niños de qué edad, pero por lo que ella misma cuenta, parecen pequeños. Además, da la sensación de que les conoce bien desde el plano psicológico. Tengo entendido que las estudiantes actuales de Magisterio, tienen asignaturas de Psicología Infantil, pero en el siglo XIX dudo mucho que esto fuese así. Por ello me sorprende este conocimiento del alma y del comportamiento de los niños pequeños. Eso solo lo logra una buena profesora y una buena persona, reflexiva y empática hacia su entorno.

«Los niños son capaces de sentir, pero no de analizar sus sentimientos; y aunque logren hacer un análisis parcial en su cabeza, no saben expresar con palabras el resultado del proceso».

Hablando de su entorno y de empatía… la tía Reed es un regalo de navidad, ¿eh? Menuda joya.

«(…) Lo conocía: era el señor Lloyd, boticario al que llamaba a veces la señora Reed cuando se ponían enfermos los criados; para sus hijos y ella, llamaba a un médico«.

Muy interesante que este personaje sirva para tratar la salud mental. Esto es algo que desconozco que se hiciera hasta nuestra época, por eso me impresiona que Brönte hable de ello tan abierta y claramente, recordemos, dos siglos atrás.

«Sí, señora Reed; le debo a usted algunas punzadas temibles de sufrimiento mental (…)».

El tema de las apariencias está muy presente también. La señora Reed teme que Jane vaya contando por ahí los maltratos a los que ha sido sometida, se ve acorralada por una niña de 10 años (menuda reina), y cambia radicalmente de actitud, se vuelve más «amable», recula un poco… aunque luego volverá a las andadas, porque no se puede fingir eternamente. Pensad que hoy en día todavía seguimos con esta herencia del «qué dirán si…». Pues imaginaos en el XIX, cuando era todo lo que importaba socialmente…

«-Me alegro de que no seamos parientes; jamás volveré a llamarla ‘tía’, mientras viva. Jamás vendré a verla cuando sea mayor; y si alguien me pregunta si la apreciaba, y cómo me trató, diré que siento náuseas sólo de pensar en usted, que me trató con mezquindad y crueldad. / -¿Cómo te atreves a decir eso, Jane Eyre? / -¿Que cómo me atrevo, señora Reed? ¿Que cómo me atrevo? Porque es la verdad. Usted piensa que no tengo sentimientos y que puedo subsistir sin una pizca de amor o cariño; pero yo no puedo vivir así, y usted no tiene compasión. Recordaré hasta mi muerte que me empujó, que me empujó con brusquedad y violencia, para meterme de nuevo en el cuarto rojo, aunque sufría y me ahogaba de angustia, aunque gritaba <¡Tenga piedad! ¡Tenga piedad, tía Reed!>. Y que me hizo sufrir ese castigo porque el malvado de su hijo me había pegado, me había tirado al suelo sin motivo. Eso les explicaré a cuantos me pregunten. La gente la toma a usted por una buena mujer, pero es mala y dura de corazón. ¡La embustera es usted!».

Brönte, en la piel de una niña que no sabe de qué va la vaina, plantea el tema de lo que ahora llamamos ‘bullying’, de las humillaciones, de los castigos en las escuelas, que en la época eran algo totalmente aceptado y normal. Al parecer curtían el carácter, pero nuestra autora no lo ve así.

La verdad que leyendo esta etapa en la escuela, y a Helen, se da una cuenta de la importancia de la religión en la autora, cuyo padre, recordemos pertenecía a esta quinta.

«Es mucho mejor soportar con paciencia un dolor que sólo sientes tú, que cometer un acto precipitado cuyas consecuencias afectarán a todos los que te rodean».

La muerte está terriblemente presente en este libro. Fiebres tifoideas, tisis… ¡y luego nos quejamos de los resfriados¡ Irónica dicotomía entre el buen tiempo de Mayo, las flores, el calor… con el infierno de enfermedades que se vive dentro de la escuela.

El encuentro con el señor Rochester es cuanto menos un cliché de película de época romántica. Me retrotae al casual encuentro de Emma con Frank Churchill, que ¡qué casualidad! También incluye un caballo, un páramo, una misma dirección… Esto sin mencionar que la señora Fairfax tiene el mismo apellido que la señorita Jane Fairfax de Emma. Y si queremos entregarnos a la tendencia del delulú, la protagonista se llama Jane, igual que la citada señorita Fairfax, ¡igual que la propia autora de Emma!
Hay que mencionar también que el señor Rochester tiene algún que otro parecido con el señor Darcy. En cuanto a personalidad, serio aunque con cierto puntillo humorístico. Luego la historia familiar, en la que él es tratado injustamente por aquellos a los que aprecia.

No sé si es porque son familia, o porque las unas influenciaron o incluso aconsejaron, a las otras, pero al leer percibo coincidencias en las hermanas Brönte. La forma de narrar me recuerda a Anne, aunque ésta era más sincera y directa. La ferocidad del personaje de Jane Eyre y de la tía Reed, me retrotrae a la violencia de Emily… Yendo más allá, el carácter rudo del señor Rochester, y el aura sombría y monótona recuerdan un poco a Cumbres Borrascosas, ¿no?

La cuanto menos extraña relación entre Rochester y Jane es predecible. Era obvio que acabarían interesándose el uno en el otro.

Rochester es un personaje muy peculiar. No tiene piedad con Jane, ¿cómo puede la mente masculina ser tan básica? ¿Cómo la invitas a la velada con esas damas pretenciosas que la ponen verde en su cara, y encima la dices que siga yendo a las cenas? Y, ¿a quién se le ocurre hacerse pasar por una gitana adivina? ¡Qué escándalo! ¡Qué descaro! ¡¡¡ME ENCANTA!!!

«Con el corazón cansado y el alma marchita, vuelve usted a su hogar al cabo de años de exilio voluntario; conoce usted a una persona nueva, no importa cómo ni dónde; encuentra en esa persona desconocida virtudes buenas y luminosas que lleva usted buscando veinte años sin haberlas encontrado nunca hasta entonces; y son todas frescas, sanas, sin mácula. Ese trato le revive, le regenera; siente usted que vuelven días mejores, deseos más elevados, sentimientos más puros; desea empezar su vida de nuevo y pasar los días que le queden de existenda de una manera digna de un ser inmortal. Para conseguirlo, ¿estaría justificado que se saltara un obstáculo establecido por la costumbre, un mero impedimento convencional que ni sanciona su conciencia ni aprueba su juicio?»

Toda la historia de Rochester casándose con una arpía es una proyección de la infancia de Jane. Es muy curioso, la historia se repite, y Jane quiere proteger a Adèle de su futura madrastra porque a ella nadie la protegió de la señora Reed. Y lo peor de todo es que Rochester sabe cómo es y de lo que es capaz su «futura esposa»; y no le importa. ¡Eso sí que es amor!

«Adèle parecía el símbolo de mi vida pasada, y aquel con quien iba a reunirme semejaba la encarnación temida, aunque adorada, de mi incierto futuro».

Queridx lector/a no quiero pecar yo de pitonisa, pero SABÍA QUE JANE IBA A HEREDAR FORTUNA. Es un poco la historia de la Cenicienta de Hilary Duff ¿no? O sea ya tienes que ser mala pécora para esconder algo tan importante.

Muy interesante las declaraciones que hace Jane sobre su condición social y como ésta es una dificultad enorme para casarse con la persona a la que ama.

«Pensar en la señora de O’Bilis y en la casa de Cascaramarga me heló el corazón, y aún me lo heló más pensar en toda el agua salada y la espuma que me separaría del señor junto al que caminaba ahora; y todavía más el recordar el océano más grande que nos separaba… la riqueza, la clase social, las costumbres que se interponían entre ese hombre al que amaba de manera natural e inevitable y yo».

Pone en jaque las costumbres de toda una sociedad, SU (‘machista’) sociedad, que le impide la felicidad, y les recuerda (siguiendo los pretextos del cristianismo), que todos son iguales ante Dios, no hay ni ricos, ni pobres. Si pecas, irás al infierno, tanto si tienes dinero como si no.

«- ¡Le digo que debo marcharme! -repuse con algo parecido a la rabia-. ¿Se ha creído usted que puedo quedarme para no ser nada para usted? ¿Se ha creído que soy un autómata, una máquina sin sentimientos? ¿Y que puedo soportar que me arranquen el pan de los labios, y derramen de mi copa el trago de agua que me da la vida? ¿Se ha creído usted que, porque soy pobre, de familia desconocida, poco atractiva y pequeña, no tengo alma ni corazón? ¡Pues se equivoca! ¡Tengo tanta alma como usted, y el mismo corazón! Y si Dios me hubiera dotado de alguna belleza y de mucha riqueza, le habría hecho a usted tan difícil dejarme como a mí me resulta ahora dejarlo a usted. No le hablo de costumbres, de convencionalismos; ni siquiera de la carne mortal; es mi espíritu el que habla a su espíritu, como si los dos hubieran muerto y estuviesen ante Dios, iguales… ¡porque así somos!»

Cuando leí la escena del jardín al atardecer, SUPE QUE SE VENÍA PROPOSAL. Y qué bonita, dramática y fiel a los personajes es, me encanta. ¡Qué bien está construida! El tira y afloja, él intenta hablarla, pero ella, consumida por sus emociones; no escucha. Y cuando finalmente lo hace, no le cree porque es demasiado bonito para ser cierto. ¿Tenemos por aquí a una Penelope Featherington?

«No quiero, no puedo casarme con la señorita Ingram. A ti, ser extraño, casi ajeno a este mundo, te amo más que a mí mismo. A ti, con todo lo pobre, sencilla, feúcha y pequeña que eres… te imploro que me aceptes como esposo».

Brönte acaba rematando la faena y mandando al verdadero carajo la opinión tanto de Dios como de la gente. ¡Qué valor en la época! Y más siendo hija de un sacerdote anglicano.

«(…) Se perdonará en el tribunal de Dios. Sé que mi Hacedor aprueba lo que hago. En cuanto al juicio del mundo… me lavo las manos. La opinión de los hombres… la desafío (…)».

Los toques cómicos feministas de Jane son sencillamente espectaculares.

«(…) Supongo que su amor se disipará en seis meses o menos. Leyendo libros escritos por hombres he observado que al ardor de un esposo se le atribuye esta duración máxima».

Hablemos de lo rompedor que es el hecho de que ella sea la que coge el toro por los cuernos y se declara. Una auténtica declaración de derechos de la mujer en el XIX.

«- Dicho sea de paso, Janet, fuiste tú la que me hiciste la proposición. / – Claro que fui yo (…)».

La advertencia de la señora Fairfax me dejó un poco con el trasero torcido. ¿Hay algo que no sepa aún? ¿Qué secretos esconde este personaje?

«- Lamento afligirla -siguió diciendo la viuda-; pero es usted tan joven, y sabe tan poco de los hombres. que he querido ponerla en guardia. Según el viejo dicho, , y en este caso me temo que se descubrirá que hay algo diferente de lo que usted o yo esperamos (…). Procure mantener a distancia al señor Rochester; desconfíe de sí misma y de él. Los caballeros de su categoría no suelen casarse con sus institutrices (…)».

Cabe resaltar que Jane no quiere ser una mujer florero, no quiere ser una mantenida.

«No soporto que me vista el señor Rochester como si fuera una muñeca, ni quedarme sentada como una segunda Dánae mientras diariamente cae sobre mí una lluvia de oro».

Y este semejante plot twist con mamarracheo me parece tan slay queen, premio nobel, que no puedo dejar de reírme. ¿Me estás diciendo que todo este tiempo, todas esas risas, «sueños con una señora de pelo negro», eran VERDAD? ¿Me estás diciendo que tiene a la niña del exorcista emparedada en la misma habitación en la que duerme Jane? ¿¡Pero qué es esto!? Charlotte, hermana, vaya reina estás hecha.

Entiendo a Rochester, pero no le excusa el haber mentido así. Lo bueno es que lo reconoce en su extensa explicación de los hechos. Todos merecemos una segunda oportunidad, sobre todo cuando te han engañado. Aunque es irónico que Rochester esté furioso por esta cuestión. ¡Él mismo ha engañado a Jane! En parte, razones no le faltan… Si Jane no hubiese tenido el cerebro lavado con los rígidos y restrictivos dogmas cristianos, se habría quedado con él, en vez de escaparse de Thornfield.

«Tras una juventud y una madurez pasadas entre sufrimientos inexpresables y tristes soledades, he encontrado por primera vez a quien puedo amar de verdad, te he encontrado a ti. Tú y yo estábamos compenetrados, eres mi otra mitad, mi ángel bueno. Estoy unido a ti con un fuerte apego. Te considero buena, bien dotada, encantadora; he concebido en mi corazón una pasión ferviente y solemne que se inclina hacia ti, te atrae hacia mi centro y mi fuente de la vida, te envuelve en mi existencia y, ardiendo en una Ilama pura y poderosa, nos fusiona en uno».

Brönte pone en tela de juicio los prejuicios de la gente hacia los huérfanos, los sin techo, que se ven obligados a dormir en la calle, pedir limosna… Todos reniegan porque no se fían de ellos. Encima es tan empática que «les entiende».

Mary y Diana me parecen geniales, y Saint John… Bueno, un hombre soltero, joven, con ‘belleza griega’, pelo rubio y rizado, párroco… casi parece el pretendiente perfecto.

«Saint John viste bien. Es hombre apuesto; alto, rubio, de ojos azules y perfil griego».

Es más, ¿recordáis al señor William Weightman, ayudante de Patrick Brönte, muy querido por toda la comunidad, que visitaba y ayudaba a los pobres, y murió contagiado de cólera en una de sus visitas a la edad de 26 años? Bueno, al parecer a nuestra Charlotte no le caía bien al principio (tal y como Jane recela de Saint John); pero después de descubrir que había prestado ayuda a una de sus pequeñas alumnas, que se estaba muriendo; cambió de idea. Escribió a su amiga Ellen Nussey:

«He is not all selfishness and vanity».

Cabe preguntarse queridxs: ¿cómo de importante fue este hombre para aparecer en las novelas más destacadas de las Brönte? Debió de ser un buen hombre para dejar semejante huella en todas ellas, sobre todo en la dura Charlotte.

Creo que la idea de abrir un colegio de niñas pobres es una forma de cumplir el sueño de Charlotte y de Emily. Ambas estuvieron a punto de conseguirlo, pero finalmente no pudo ser.

«No debo olvidar que estas campesinas mal vestidas son de carne y sangre tan buenas como las descendientes de las genealogías más nobles (…)».

La historia de Rosamund y Saint John es nuevamente, una especie de proyección de Jane y Rochester. Saint John piensa en el terrible futuro que le augura con Rosamund, igual que Jane con Rochester. Por sus creencias, ella no tendría la conciencia tranquila casándose con un hombre casado; y por sus creencias, Saint John no puede renunciar al sueño de su vida (no compartido por su amada). Dos personajes muy parecidos (no lo digo yo, lo dice Rosamund), que se entenderían a la perfección si tuvieran el valor de compartir sus sentimientos por igual.

El triple plot twist me dejó rotísima. ¿Pero qué es esto, Brönte, desgraciada? Ni siquiera me dejas recuperar el aliento del descubrimiento de Saint John sobre la verdadera identidad de Jane, y ya me estás metiendo que es rica y que él y sus hermanas son sus primas. La que necesita sentarse soy yo, no Jane. Santa madre que te parió Charlotte Brönte.

«- Pero ya la he advertido que soy un hombre duro, difícil de convencer -me dijo. / -Y yo soy una mujer dura, imposible de disuadir».

La renuncia continua de Jane a casarse con su primo, es valiente; y la reacción de él, cruel. ¿Por qué tiene ella que sacrificar su vida para contentar la de él? Quien, por cierto, utiliza como excusa a Dios. Es un egoísta que no piensa en ella, le tengo canceladísimo.

«¡Otra tontería! ¡Casarme! No quiero casarme, y no me casaré nunca».

«Es bueno y un gran hombre; pero en la persecución de sus grandes fines olvida sin compasión los sentimientos y las necesidades de las personas pequeñas. Por Io tanto, es mejor que los insignificantes no nos crucemos él, no sea que nos pisotee en su avance».

El mamarracheo continua, Thornfield quemada por la mujer desequilibrada de Rochester, Adèle en un internado, la señora Fairfax fuera de radar, y Rochester ciego y sin mano. Pero ¿qué es esto señorita Brönte? Es que a quien se lo cuentes no se lo cree.

El reencuentro de Jane con Rochester, el capítulo final, es muy muy bonito. Me alegro de que tenga un final feliz para todos los personajes.

«- Tendrás que soportar mis enfermedades, Jane, tolerar mis faltas / Que no son tales para mí, señor».

Y me resulta curioso que justo la última conclusión sea sobre la muerte de Saint John. William Weightman falleció 5 años antes (1842) de la publicación del libro (1847), por lo que no sería extraño, que con el aprecio que todos le tenían y lo mucho que sufrieron con su fallecimiento; Charlotte Brönte quisiera sumarse a los homenajes celebrados en su honor.

«Saint John está soltero; ya no se casará nunca. Se las ha valido solo para su trabajo, y su trabajo está a punto de terminar; su sol glorioso va a ponerse. La última carta que recibí de él arrancó de mis ojos lágrimas humanas, pero llenó mi corazón de alegría divina; esperaba su recompensa segura, su corona incorruptible. Sé que la próxima carta estará escrita por un desconocido que me dirá que el siervo bueno y fiel ha sido llamado por fin a la dicha de su Señor (…)».

Brönte, como sus hermanas, nació para brillar con luz propia. Es una profesional de manual, una escritora talentosa que, recordemos en el siglo XIX; incide en la defensa de las mujeres como iguales ante los hombres.

Algo que siempre me gusta recordar es que Charlotte dijo que «(…) no queríamos darnos a conocer como mujeres, porque (…) teníamos la vaga impresión de que las autoras tienden a ser consideradas con cierto prejuicio; nos dimos cuenta de que, a veces, los críticos, para castigarlas, utilizan el arma de su personalidad femenina (…)».

Esto sucedió tiempo después de haber recibido una carta del gentleman poeta laureado, Robert Southey (al que parece que le gusta ser retratado con el ‘estilo pelo al viento’), el
12 de marzo de 1837. ¿Qué decía esta carta?

«There is a danger of which I would with all kindness and earnestness warn you. The daydreams in which you habitually indulge are likely to induce a distempered state of mind, and in proportion as all the ‘ordinary uses of the world’ seem to you ‘flat and unprofitable’, you will be unfitted for them, without becoming fitted for anything else. Literature cannot be the business of a woman’s life: and it ought not to be. The more she is engaged in her proper duties, the less leisure she will have for it, even as an accomplishment and a recreation. To those duties you have not yet been called, and when you are you will be less eager for celebrity. You will not then seek in imagination for excitement».

Ella, a la edad de 20 años y trabajando como profesora consolidada; guardó la carta original escribiendo en el sobre ‘Southey’s advice. To be kept forever’. Una reina. ¡Pero lo mejor es que le respondió!

«I had not ventured to hope for such a reply; so considerate in its tone, so noble in its spirit. I must suppress what I feel, or you will think me foolishly enthusiastic«.

¿Deberíamos culparle? Todos somos hijos de nuestra época… Además, ¿qué hombre quiere cambiar un mundo cuya posición le ha favorecido siempre?

El caso es que 10 años después, Charlotte publicaría esta obra, y ¡oh!, sorpresa, su éxito ha traspasado 3 siglos.

Tal vez por estas críticas escribió, en boca de Saint John:

«Observo con interés la carrera profesional de usted, pues la considero un ejemplo de mujer diligente, ordenada y enérgica, y no porque sienta una compasión por lo que ha sufrido y sigue sufriendo».

Jane Eyre es una lectura que hay que hacer una vez en la vida.

«Ya le he dicho que soy independiente, señor, además de rica; soy mi propia dueña».

Puntuación: 3 de 5.

Bibliografía e imagenes

· Brönte, Charlotte, Jane Eyre, Austral, Barcelona, 2016

· https://www.annebronte.org/2017/05/07/robert-southey-and-the-infamous-letter/

· https://www.annebronte.org/2018/08/14/the-kind-brilliant-william-weightman-a-tribute/

· https://www.britishlibrary.cn/en/articles/women-writers-anonymity-and-pseudonyms/

· https://annalecehunter.com/blog/2019/2/11/thornfield-hall?format=amp

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *